Experiencia de movilidad Erasmus Sara Romagnoli de Italia en la Universidad de Granada

Universidad de Granada | Vicerrectorado de Internacionalización | Administración electrónica |

Buscar

Experiencia de movilidad Erasmus Sara Romagnoli de Italia en la Universidad de Granada

Descargar versión en PDF

Sara Romagnoli

Grado en Ciencias Ambientales

Facultad de Ciencias

Universitá di Bologna/Universidad de Granada

Relato sobre Granada

Era el día 13 de Febrero y llevaba puestos tres jerséis, chaquetón y botas de nieve porque en Bolonia, aquella mañana, estaba nevando. En la espalda tenía una mochila de 13 kilos mientras con una mano arrastraba una maleta de 23.9 y con la otra llevaba una bolsa de 5. En Granada hacían 27 grados. Me imagino que mucha gente tuvo que pensar que estaba loca. El taxi me dejó al lado de Puerta Elvira, cansada y sin saber muy bien por dónde ir. Probablemente si hubiese sido otra ciudad hubiera sacado el móvil para buscar indicaciones en Google maps, un poco preocupada por la luz de la tarde que se estaba yendo. Pero aquí no. Me dio media vuelta y me quedé maravillada. La luz del atardecer sobre el arco a la entrada del Albaicín empezó a hacer su magia, me entró en el corazón y me robó todos los miedos. De repente me sentí tranquila como nunca en mi vida. Todo iba a estar bien. Había llegado a casa.

Universidad en tiempos de pandemia

Desafortunadamente mi experiencia en la Universidad de Granada tuvo que pasar por una pantalla. A la generación de mis abuelos le tocó la guerra, a la de mis padres las luchas para los derechos civiles y a la mía la pandemia de Covid19. Debido a esa emergencia la mayoría de mis clases no fueron presenciales, pero, aun así, conseguí sorprenderme del enfoque al suceso profesional que tenían los profesores. En casi todas las clases había por lo menos una referencia a lo que el futuro nos iba a reservar y un empuje a no conformarse a algo diferente de nuestros sueños. La diferencia más grande entre mi universidad en Italia y la Universidad de Granada es que todas mis asignaturas tenían prácticas. Frecuentando un grado científico creo que es fundamental pasar unas horas en el laboratorio para interiorizar lo que se aprende en las clases teóricas. Muchas veces se estudian procesos y técnicas de análisis, pero, si no se llega a tocarlas con manos, es muy fácil olvidarlas o pensar de haberlas entendido cuando en realidad no es así. Esas horas me sirvieron para comprender como actuar en un ambiente potencialmente peligroso y como utilizar las varias maquinarias por la investigación, muchas de las cuales nunca hubiera llegado a ver en mi país. Además de esos aspectos prácticos, desarrollé otras habilidades útiles dentro y fuera del ambiente de trabajo. Aprendí a no tener miedo de hacer las cosas, de equivocarme y de preguntar si no entiendo algo. Por toda mi vida me enseñaron a no mostrar mis debilidades y a buscar soluciones por mi cuenta, pero, como es verdad que es importante tener capacidad de iniciativa, también lo es admitir que para avanzar tenemos que aprender. En muchas ocasiones hay gente que ya ha pasado por nuestros mismos problemas y alcanzado soluciones eficaces. Preguntar directamente a ellas nos permite seguir adelante con nuestros estudios de forma rápida aportando más significativamente al progreso de nuestra comunidad. Especialmente el mundo de los científicos está hecho por una colectividad que necesita trabajar junta para resolver problemas que involucran gran parte de la población. Si no nos ponemos de acuerdo entre nosotros es muy difícil que los demás nos escuchen y, aún más complicado, encontrar estrategias válidas para lidiar con las dificultades que nuestro tiempo nos propone. Adquirí también la confianza necesaria para estar en prima línea y tomar riesgos. Los progresos sustanciales llegan solamente cuando salimos de nuestra zona de confort y estamos listos para poner en discusión todo lo que sabemos, reconociendo que lo que hemos hecho hasta aquel momento puede ser errado. Otro aspecto importante en el aprendizaje fue lo de tener profesores distintos por las horas de práctica y de teoría. Enfrentarse con diferentes métodos de enseñanza permite ver los mismos conceptos de perspectivas diferentes, aumentando la posibilidad de enlazar entre si temas distintos y diciplinas aparentemente desatadas. Bajo muchos aspectos la pandemia influenció negativamente la vida universitaria. Se perdió la oportunidad de conocer los compañeros de grado construyendo conexiones importantes a nivel sentimental y laboral y, con eso, faltó el apoyo para superar juntos las dificultades típicas de esa época de la vida. A seguir, el nivel de interés por las diferentes asignaturas se redujo muchísimo debido a la escasez y fugacidad de las interacciones entre alumnos y profesores. Fue un tiempo difícil también para esos últimos que no podían enterarse de las reacciones de los estudiantes y, en fin, muchas personas empezaron a sufrir de dolores de cabeza y de ojos como consecuencia de las horas pasadas delante de la pantalla. Por el otro lado, a pesar de esos rasgos perjudiciales, la emergencia de Covid19 llevó consigo también unas ventajas. Por primera cosa la posibilidad de seguir las clases a distancia permite resolver el problema de la sobreposición de las horas de enseñanza (común en muchos cursos mixtos). Igualmente, eso permite ampliar el número de estudiantes por aula. La mayoría de los universitarios se interesa también por disciplinas afuera de su área de estudio y de esa manera pueden tener acceso a explicaciones de nivel alto y profesional de los argumentos más disparados. Además, las grabaciones son una herramienta eficaz para aclarar pequeñas dudas y facilitar el aprendizaje. El cargo de trabajo de los profesores sería reducido y los alumnos encontrarían respuestas a sus cuestiones más rápidamente.

Una ciudad que te embruja

Granada, con su mirada hacia ponente, es conocida como la ciudad de los atardeceres y eso no se puede discutir, pero, lo que tiene de verdaderamente espectacular es la línea de sombra que atraviesa todo el valle a partir de la madrugada. He pasado seis meses a mirar esta línea desplegarse por la ciudad, marcando el pasaje de los minutos y despertando con sus caricias las personas dormidas en sus camas. Pocos son los que pueden decir ser testimonios de este fenómeno y descubrir este secreto me mostró la belleza de salir de las rutas demasiado pisadas y buscar el inesperado. En un mundo cada día más frenético es importante tener un lugar donde poder escuchar nuestras necesidades. En ese tiempo eso fue mi espacio de tranquilidad y de enlace entre lo que se pasaba dentro y fuera de mí. Siempre quise viajar, pero la experiencia en esa ciudad fue diferente porque fue un viaje a la descubierta de mí misma. Encontré una habitación en una casa por artistas, siete personas espectaculares con personalidades poderosas y extravagantes. Fue con ellos que aprendí a cantar. A lo largo de toda mi vida siempre tuvo una relación extraña con la música. De pequeña no cantaba con mis padres y, creciendo, en ningún momento me gustaron las canciones que pasaban por radio. Uno de los recuerdos peores que tengo de la escuela es lo de cuando, durante un examen, me pidieron de escribir un testo sobre la profunda conexión entre música y adolescentes. A los diecisiete años me fui a vivir en Estados Unidos con una familia anfitriona y, aun allí, mi “mamá” quise saber porque nunca tarareaba. Solo más tarde descubrí el punk, el rock, el country y los así llamados “oldies”. Esos sí me gustaban, pero no me atrevía a producir sonidos. Siempre me dijeron que mi voz no es muy linda y que tampoco en los coros se oye bien. Era un día de mitad primavera cuando me sorprendí a cantar andando por la calle. Y no, no era un susurro casi inaudible, era un canto a plenos pulmones. Me sentía tan feliz con la vida, tan libre, tan llena de mí que no podía parar de expresarlo. Solo en aquel momento comprendí porque la gente canta. Si ese instante llegó en mi vida fue gracias a mis compañeras de piso. Gracias a su ejemplo entendí lo que significa existir por si mismas, llevando tu luz por donde sea. Dejé atrás los juicios y prejuicios de la gente y empecé a ser yo a determinarme. Creo que esto es lo que tiene que acontecer cuando viajas. Desde cuando pisamos este mundo escuchamos la gente decirnos como somos, come tendríamos que ser o como seremos y es solo cuando viajas y te encuentras afuera de tu país que todas las voces se callan y te preguntan a ti: “¿Quién eres?”. Solo así empieza la aventura a la descubierta de tu persona y de lo que quieres ser. Otra grande lección que aprendí fue la de confiar en la vida. Confiar en la vida significa confiar en ti y en tus habilidades. Siempre he sido una persona muy estresada y con poca fe en mis capacidades, pero en Granada aprendí que la vida no siempre tiene por qué ser difícil: si te empeñas y le das todo lo que tienes las cosas al final saldrán bien y, si no salen, significa que no eran para ti. Agobiándote lo pasas mal dos veces y te olvidas de aprovechar del viaje mientras remas hacia la meta. Como último esta ciudad me ha enseñado a sentirme cómoda en mí misma casa y a no huir de ella. Es importante cuidar de lo que tenemos sin buscar distracciones fáciles. La vida no es una lista de cosas que tenemos que hacer, sino algo para disfrutar: es posible vivir intensamente y al mismo tiempo sin prisa. Demasiado a menudo nos olvidamos de la fortuna que tenemos en estar donde estamos, empezamos a quejarnos de minucias sin intentar resolverlas. Cuando encontramos nuestro hogar tenemos que hacernos cargo de él para que no empiece a pudrir.

Impacto a nivel profesional

Gracias a las habilidades que desarrollé durante mi estancia en Granada he conseguido una práctica en un centro de búsqueda bastante prestigioso en Lisboa llamado Meteoceanics Institute. Aquí he tenido también la oportunidad de participar en una de las clases del programa de doctoramiento de mi tutor, el profesor Rui Perdigão. En el curso de Complex System Dynamics me he dado cuenta de la belleza y del orden que se esconden detrás de las embrolladas interacciones entre las diferentes estructuras que crean el mundo en el cual vivimos y he ampliado mi comprensión de la perfunda influencia que cada componente tiene sobre las otras. De vuelta en Italia he obtenido también un trabajo en una escuela de lenguas que me ha permitido independizarme en algunas de mis espesas de mi familia. Ese logro, banal en los ojos de un espectador externo, para mí ha sido muy importante porque en mi país no es común trabajar y estudiar al mismo tiempo y, en la mentalidad de muchos, el trabajo de los estudiantes solo debería ser aprender. Una de las lastimas más grandes del año pasado y de los peores efectos del Covid19 en mi vida fue que no pudo darme de alta a la sección del Erasmus Student Network de mi universidad. A causa de la pandemia casi toda mi experiencia universitaria fue a distancia así que no logré vivir en la ciudad donde se encuentra mi campus. Me hubiera gustado vivir esta experiencia y, siendo que el próximo año me voy a mudar para Bolonia, será una de las primeras cosas que voy a hacer en cuanto regrese de Portugal. Hacer parte de este grupo significa seguir conociendo estudiantes de todo el mundo y ofrecerle la posibilidad de crear amistades que van a durar por el resto de su vida. El desarrollo de estas relaciones es importante no solo por el solo individuo sino también a un nivel más alto y profundo para resolver problemas de discriminación y conflictos entre los diferentes países. Los estudiantes de hoy son los lideres de mañana y es fundamental que se formen en un contexto multicultural entrando en contacto con las diferentes culturas que crean nuestra sociedad. Al final nuestras diferencias son las que convierten nuestro planeta en un cuadro impresionista: observada singularmente cada persona es una mancha dispuesta desordenadamente en una hoja de papel, pero, cuando nos alejamos, todo adquiere sentido y se coordina. Aparece una magnifica obra de arte donde todos los puntos son únicos e igualmente esenciales.

Conclusiones

Hace unas semanas una amiga mía se vino a visitarme en Lisboa. Me pareció super raro porque éramos una italiana y una griega hablando español en Portugal. Aunque podría serlo, no es el comienzo de un chiste. Simplemente la conocí el año pasado en Granada. Para mí fue como un choque entre dos mondos distintos, dos universos que no pensaba se iban a cruzar nunca. Lo que hace nuestras vidas especiales son las relaciones que establecimos con las otras personas. Son esos nexos que nos permiten afirmar que existimos. Frecuentando la Universidad de Granada y viviendo en España crecí mucho y quiero darle las gracias a todas las personas que he cruzado a lo largo de mi camino hasta aquí porque es por ellas que soy quien soy ahora. Cada vez que encontramos alguien, aunque sea por poco, nos deja algo. Estudiar me dio la posibilidad de viajar y tocar con manos las infinidas posibilidades que hay de interpretar y vivir la vida. Dejarme influenciar por todo lo que vi y compartirlo con más y más personas es un presente inigualable. Al final solo somos átomos que ponen en vibración otros átomos y lo que cuenta son los trozos de nuestra alma que se pegan a la de quien cruzamos por el camino