UN AÑO EN MISSOULA, MONTANA, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA – DE ENERO A DICIEMBRE DE 2021

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UN AÑO EN MISSOULA, MONTANA, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA – DE ENERO A DICIEMBRE DE 2021

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Isabel López González
Grado en Antropología Social y Cultural
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Granada / University of Montana

Fue durante mi primer año de carrera (en el 2018), estudiando para un examen particularmente arduo, cuando localicé por primera vez la web del Vicerrectorado de Internacionalización y consulté las opciones de movilidad disponibles para mi grado. En ese momento fue solo un deseo, una manera de evadirme de la realidad, pero plantó la semilla en mi mente. A lo largo del siguiente año consulté la oferta de programas en repetidas ocasiones y empecé a planificar lo que tendría que hacer para conseguir mi destino preferido. Solicité un Erasmus a Dublín, Irlanda y un Plan Propio a Missoula, MT, EEUU; al final, el refrán de cuanto más lejos, mejor se cumplió y terminé aceptando la plaza para irme a las américas.

Siempre he sido de ideas fijas y eso ha sido una bendición en mi caso, porque de cualquier otra forma habría terminado por no realizar ninguna movilidad. Un mes después de mi aceptación de la plaza, cuando ya había suministrado todo el papeleo necesario para la admisión en la Universidad de Montana y había hecho el examen TOELF, la pandemia llegó y lo cambió todo. Mirando hacia atrás, esos fueron unos meses de lenta e intensa agonía, encerrada en casa durante la cuarentena y esperando noticias sobre la situación global. Hacia junio de 2020 me mandaron la carta de aceptación oficial desde la universidad receptora y lo vi claro. Si alguien de la oficina de Relaciones Internacionales se acuerda de mí, seguro que son las personas a las que convoqué a una reunión extraordinaria en julio para rebatir la noticia de que no se me permitía realizar la movilidad por el alto riesgo que suponía viajar en medio de la pandemia: cuando las vacunas todavía no existían y los test de antígenos eran un bien preciado y escaso; cuando la embajada americana en España no se estaba pronunciando y las aerolíneas estaban en paro; cuando cada semana se cerraban más fronteras de países por la epidemia. Al final no gané esa batalla, pero sí la guerra. Se me concedió permiso para realizar una movilidad anual-partida y viajar en enero de 2021 si nada cambiaba. Eso sí, la organización previa fue su propio infierno personal; aprobar el seguro médico fue una odisea peor que la de Homero y que cerrasen la frontera española apenas dos días después de que dejase el país tampoco me infundió mucha seguridad. De cualquier forma, y pese al Coronavirus, el 6 de enero de 2021 me encontraba dando mis primeros pasos a través de la nieve de Missoula e instalándome una de las residencias del campus universitario. A partir de ahí, la experiencia con la que tanto había soñado comenzó. No voy a mentir, al principio fue duro. Las diferencias entre el inglés británico y el estadounidense no serán demasiadas en la suma general de las cosas, pero definitivamente a mí no me entendía nadie cuando hablaba ese primer mes y seguir mis clases más o menos bien requería de mi un esfuerzo astronómico. Milagrosamente, hacia finales de febrero mi situación dio un vuelco y un día, de repente, yo entendía a la gente y la gente me entendía a mí; esa noche lloré de puro alivio.

Aun así, yo tenía muy claro que mis limitaciones lingüísticas no me iban a impedir vivir el sueño americano. Una profesora del departamento de Antropología me ayudó especialmente y me apoyó para conseguir una internship (prácticas) remuneradas con la

American Association of University Women (AAUW), organizando talleres y mandando emails comunicativos. Tuve mucha suerte, porque al mismo tiempo mi inestable red inicial de amigos se fue estabilizando y me ayudaron repasando los emails antes de que los enviase. Tengo un carácter extrovertido, así que esos primeros meses en Montana fueron idílicos en cuanto a amistades y relaciones sociales. Estuve saliendo con un chico, Chris, pero al final la cosa iba demasiado en serio y lo dejamos al acercarse las vacaciones de verano.

Podríamos estar en medio de una pandemia, pero yo iba a viajar; punto. En abril realicé una pequeña excursión a San Francisco con mis amigos internacionales, que marcó el ritmo para el resto de mi verano viajero. El 5 de mayo salí de viaje “mochilero” con la presidenta del club estudiantil de Antropología, una de mis mejores nuevas amigas. Fuimos a Seattle con su familia y luego solas a Nueva Orleans, Atlanta, Washington DC, Nueva York, Boston, Salem y Chicago. Terminamos el viaje hacia mediados de junio en Montana y me quedé en su casa unos días. Después, me fui sola a San Diego unos 10 días, a lo largo de los cuales me visitaron varios amigos internacionales. En conclusión: fue una experiencia increíble.

Sin embargo, el verano escolar duraba hasta finales de agosto. No podía volver a España, porque me habría arriesgado a no poder regresar para el siguiente cuatrimestre. Por lo tanto, me informé y encontré la manera legal de poder trabajar ese verano. Soy una monitora de ocio y tiempo libre titulada en España y ya había trabajado antes en campamentos de verano enseñando inglés; la solución perfecta fue hacer lo mismo, pero a la inversa. A través de la categoría legal de Academic Training, conseguí un número de la seguridad social y una cuenta corriente, así como el permiso legal oficial para trabajar en el campamento de verano del “Concordia College”. Esta fue una experiencia muy beneficiosa para mí, puesto que me permitió estar con otros jóvenes de mi edad y vivir la experiencia rural americana al completo. Estuve un mes y medio enseñando español en ese campamento, viviendo y comiendo gratis mientras acumulaba mi salario en la cuenta bancaria, en un emplazamiento idílico alrededor de uno de los mil millones de lagos de Minnesota. Fui muy feliz allí, pero para mediados de agosto estaba lista para regresar a Montana.

Algo que no supe hasta que volví es que, en agosto, la temperatura en Montana ronda los 45 grados centígrados; nadie lo diría con todas esas largas temporadas de esquí y nevadas infinitas. Tampoco supe que las residencias de estudiantes no tienen aire acondicionado, hasta que sentí que me estaba cocinando de dentro hacia afuera. Pasé esas dos últimas semanas de agosto alternando entre morirme de calor e ir a nadar al río de Missoula con los pocos amigos que se habían quedado en Montana para el verano; fue una experiencia particular en sí misma.

Antes de lo esperado el siguiente cuatrimestre comenzó y mi vida en Montana dio un nuevo giro de 180 grados. Hasta ese momento, debido a la pandemia, muchos estudiantes trabajaban desde casa y las residencias del campus estaban medio vacías. Yo había tenido una habitación doble solo para mí y me había apropiado de ella. Cual sería mi sorpresa cuando el primer día de clases se presenta en mi puerta una chica japonesa también realizando un intercambio académico. El ayudarla a adaptarse esas primeras semanas nos unió mucho, así como el hecho de vivir juntas en una habitación del tamaño de una caja de zapatos. Fuimos a la reserva nacional de Yellowstone en grupo juntas y nuestros respectivos grupos de amigos se fueron unificando lentamente y de forma natural. En

general, los estudiantes internacionales se dividían por inercia entre europeos y asiáticos. Yo, al tener una compañera japonesa y estar en una clase de escritura inglesa solo con compañeros chinos y japoneses, terminé tendiendo hacia el grupo asiático. Fue una experiencia en sí misma descubrir todos los recovecos de cultural asiática presentes en Missoula y que no había percibido. Todo esto también se unió con el programa de “Community Friends” al que me apunté. Me asignaron dos familias americanas con las que hacer actividades y reunirme periódicamente y una de ellas era de origen asiático. Lo disfruté enormemente.

No obstante, he de confesar que mi vida personal quedó un poco pausada ese segundo semestre. Había decidido realizar mi investigación para el Trabajo Final de Grado en Montana, centrada en los programas de educación juvenil no-formales y los colectivos de nativo americanos y refugiados que son habitualmente perjudicados por las prácticas educativas institucionales. Para ello, además de seleccionar asignaturas que fueran acordes a mi estudio (como Anthropological Field Work con mi propia tutora personal o Leadership and Culture, una asignatura del campo de la educación pero de nivel máster; me organicé con tiempo y pude conseguir los permisos necesarios).

Además del reto académico que supuso todo esto, realicé observación participante en dos ONGs extraescolares con programas multiculturales. En una, “Soft Landing”, trabajé como voluntaria dos veces por semana. Sin embargo, en la segunda, “Boys and Girls Club of Missoula County”, me hicieron un contrato como empleada; volví a solicitar el Academic Training para ello. Así pues, de agosto a diciembre de 2021 tuve tanto clases como un trabajo serio al que acudir, a partir del cual estuve realizando una investigación. No todo en esa situación fue malo. Buscando candidatos y expertos para realizar entrevistas pertinentes a mi investigación desarrollé muy buenas relaciones con el departamento de Antropología de la Universidad de Montana y cree muy buenos contactos. Además, mi labor dentro de estos programas juveniles me reportó una gran alegría y estoy muy orgullosa del trabajo que realicé.

Hacia noviembre de 2021 ya era consciente de que mi experiencia llegaba a su fin y empecé a prepararme. Organicé un último viaje con mi compañera de cuarto, una escapada exprés a Las Vegas e hice mis últimas excursiones a las Hot Springs de Montana y Idaho. También me organicé para regalar o vender todas pertenencias que me sería imposible llevar conmigo a España de nuevo; es increíble la cantidad de objetos materiales, material escolar y ropa que se puede acumular en un año. Doné una parte a los veteranos de guerra y regalé otra, aunque la mayor parte de mis cosas se las vendí a bajo precio a los dos estudiantes de farmacia de la UGR que llegaban para ocupar mi lugar en Missoula.

Las despedidas fueron muy tristes y el proceso de dejar la que había sido mi casa durante tantos meses fue más duro de lo que imaginaba. Prometí visitar a un centenar de estudiantes internacionales en sus respectivos países de origen y ellos prometieron venir a visitarme a mí. Dos de mis profesores lloraron al despedirme y mi exnovio me propuso matrimonio para que me quedase legalmente en el país (espero de verás que fuese de broma).

Esos últimos días son un borrón en mi memoria, con el frenesí de los exámenes finales y el estrés de mi marcha. En el aeropuerto de vuelta, me retrasaron todas mis conexiones tantas veces que pensé sinceramente que no iba a llegar para Nochebuena a casa. Pero los milagros navideños ocurren y el 24 de diciembre a las 9 de la mañana aterricé en Madrid, España, donde me puse a llorar como una loca hasta que vi a mi madre. Cuando abracé a mi madre después de un año ya no lloraba, porque no me entraba el aire en los pulmones de los berridos y sollozos que estaba pegando.

Ha sido una experiencia única en la vida, que sé que no voy a volver, ni podría volver, a vivir igual ni aunque quisiese. Los sueños de una chica de 18 años recién llegada a la universidad se materializaron a pesar de todo y para mí, eso es prácticamente magia real. He trabajado duro a lo largo de toda la experiencia, he hecho prácticas y he tenido empleos, he viajado y he sacado muy buenas notas (GPA de 3,87/4), he encontrado el amor y la amistad más sincera, me he conocido a mí misma más de lo que jamás lo había hecho.

Montana estará conmigo hoy, mañana y siempre; porque esta experiencia ha sido mi pasado, pero también me ayudará en mi futuro.